Cuando de
la aventura no queda más que el velo, la ventana cerrada y el mapa. La
fertilidad del último hombre que le dio la última calada a mi cigarro. El
verdadero sentido de la patafísica.
No, yo
creo que jamás pronunció mi nombre con ternura ni bajó las persianas.
Me
palpita el esqueleto que ha quedado de mí, al final de todo, como el resto
desamparado de un anfiteatro en ruinas.. Hasta qué punto una osamenta, la
multinacionalidad de un músculo. Dónde acaban los edificios históricos o las licenciaturas y de qué o en qué
orgasmo: en su Fiesta Mayor, los funambulistas ya desmontan los andamios
de las arquitecturas caducas y recuperan los muebles.
No quedan
más que escritorios en mis cavidades ya vacías; no queda más que
destreza: los pelos en la boca, el vaivén tenue del espasmo del que
todavía jadea. Los capiteles de las columnas, el estuco de las cornisas que
gotean. La lengua del beso y el papel. El ídolo sonrojado y su celda
desnuda. Una ciudad entera tapándose los hombros.
Descríbeme
así la casa vacía, la urbe exhausta. El rechinar de los dientes, el sabor de tus encías. La
madera de una viga que alimentará a las termitas y que ya no sirve. Cómo
se transforman las vísceras golpeadas en cómodos cojines de felpa sobre la
mesa. Cuándo corriste por última vez la cortina y a tí mismo.
Celebremos
que se mueren mis días. Celebrémoslo a lo grande, con vuestros falos
erectos sobre los azulejos sucios de este hogar que, poco a poco, se vacía. Que las paredes aún en pie nos acaricien las nucas y algo de la generosidad sobreviva. Da igual si gritas, lloro o retumbamos como el eco. Si yo me quedaré igual de
deshabitada que la primera vez, poniéndole marcos a las colillas y con los mismos
desconchones en la pared de siempre.