Desde que dejé de viajar a París las tardes me parecen menos bonitas. Sin ella los atardeceres parecen muertos, se suspenden en el asfalto humedecido y tan negro, entre esa atmósfera de prisa y poca definición -el sfumato- y sonidos de bocinas de coches que parecen no llegar nunca a su destino.
Sin río, sin andar cogida de la mano, sin besos en las mejillas ni brioches muy tiernos y aún templados.
Con el frío de esta ciudad que se mete entre las postales, las cartas y los agujeros de los pendientes que desde que dejé de viajar a París no he pensado en volver a ponerme.
He llegado a comprender que los románticos son una especie en extinción, sean o no de París. Y que los que odiamos la Tour Eiffel y los caramelos de menta somos los que siempre debremos sentirnos culpables por ser fieles a este jodido recuerdo. A una sensación de ser de ningún lugar queriendo serlo. Y pasear con las manos en los bolsillos sonriéndole a quien camina a nuestro lado, sin saber muy bien por qué, exprimiendo el deseo de ser contestados a través de todos los colores, signos del zodíaco y de nuestro tedio.
En París conocí algo que no se apoda con ningún sinónimo de miedo, a los robots con forma de niños que tocan el tambor en una cornisa del Louvre. A echar de menos la humildad..
Y tarareé a Yann Tiersen con la boca llena sintiéndome libre. Como la primera vez que todo el mundo recuerda. Sí, hace muchos años y fue la primera y tenía acento francés. Caminaba por la Rive droite, viendo el atardecer colgado de las cuerdas en las que los artistas mostraban la ciudad iluminada, dejándola secar. Entre las sillas de los cafés, las palabras incomprensibles y agujas de despertadores que programaba para que a cada minuto exacto, me diese la vuelta el mundo entero. Le dije Adiós a la ciudad desde un Sex Shop de Pigalle y desde entonces no he vuelto. Porque en París conocí a Roma. Y desde que por allí no aparezco, camino los atardeceres muertos con las manos en los bolsillos, con prisa. Recordándola con la melancolía de los sueños que se acaban y te ha gustado cumplir.
Sujetando el paraguas, porque aquí también llueve.
Por qué no te gusta la Torre Eiffel??? A mí París me encanta. Bendita Ciudad de la Luz. Un beso, Yèssica.
ResponderEliminarY al final qué hace esta viajera? Esta es la segunda parte del texto anterior? La foto en el fondo es un seguimiento, no? Ahora sería la "Madonna", pero con una duda más física. Me gusta esta foto. Diría que ese cuerpo es París, sí, me arriesgo a decirlo.
ResponderEliminarEl texto está un poco mezcladillo, como si hubieses omitido partes. Pero es tierno. Me quedo con lo de "besar articulaciones", una imagen muy eufémica -te me estás volviendo buena chica, eh?-.
Pasará el temporal, tranquila. Los paraguas de colorines dan una nota de color y de torpeza muy tierna también a las ciudades, no crees? No seas tan pesimista, mujer!
Como sigas así te vas a ganar las papeletas para el próximo Premio de Leo y te quejarás porque te da vergüenza, lunita...
ResponderEliminarPor lo que veo esto va por partes, tanto texto como foto... y qué pasará en el desenlace?
Preciosa la foto del otro post. Eres tú? Has decidido dar la cara?