Creo que el niño ha aniquilado al hombre y mi mujer intenta matar a la niña que se esconde, temorosa, entre las Estrellas y las ciudades lluviosas. Vuelvo a escuchar Triana para que mi melancolía crezca tanto que desaparezca, para hacer más fuerte a esta niña que se ha quedado inválida, esa mujer asesina que ha sido capaz de aniquilar las oportunidades. Esa mujer que en sus ratos libres ha vivido de forma obscena y libidinosa.
Ni me deja ni me quiere perder, ni me olvida ni pretende que lo haga, porque como hombre ha encontrado una mujer para insistir y dejarse llevar y como niño a una niña soñadora con la que dormir abrazado y de la que despedirse continuamente. Y como mujer sé que no es amor, aunque como niña ansíe ser querida. Y como niña sé que es deseo, aunque como mujer arda mi cuerpo sabiendo que es más que eso. Y como niño sabe que no es amor, y como hombre se que muere por enamorarse. Y esta vergüenza ahora se repite a cada momento: el no querer molestar, el sentirse bienvenido sin un beso, el sentir el deseo clandestino que ahora nos cuesta expresar porque se ha creado una frontera entre lo que puede que nos tomemos bien y lo que nos tomemos mal, entre lo que se debe hacer y lo que no, entre lo que esperamos el uno del otro y entre lo que estamos preparados para asimilar.
Nos volvimos niños hace unos días y como ellos nos comportamos; olvidamos la madurez el otro día en su cama, cuando le besaba y sus ojos brillaban mientras sonreía; nos volvimos inocentes y frágiles al descubrir que ambos nos sentíamos orgullosos de estar entre esas sábanas, de habernos cantado al oído canciones de amor en esos mismos oídos que instantes antes habían escuchado nuestros gemidos más contemplados -oídos húmedos por la saliva de mis mordiscos y de los suyos-. Y como niños nos avergonzamos de seguir besando, de seguir jugando. Porque ahora somos niños que sienten y quieren sentir, curiosos por descubrir más de lo que ya se ha probado. Y como adultos y como niños no nos ponemos de acuerdo y por eso rompemos lo que quizá ya estaba consolidado. Y quizá vemos las ruinas de lo que pudo haber sido algo importante y no queremos abandonarlas.
Y seguimos intentando -como hombre y como niño, como mujer y como niña- que viva algo que quizá aún siga vivo, que ambos, o por lo menos yo, creo que aún vive, pero que sigue destinado a la extinción. Hombres y mujeres, niños y niñas, saben que el fuego incinera y desola. Todo lo que nos unió como adultos fue fuego que poco a poco hemos dejado que lo consuma todo, que poco a poco se ha quedado sin leño que quemar. Hasta las ilusiones se han quemado: hemos jugado con fuego y ese mismo fuego que nos unió nos ha dejado sin espacio en el que refugiarnos. Quemamos como hombre y mujer una cama, quemamos como hombre y mujer una ciudad que poco a poco se ha ido reduciendo hasta tenernos demasiado cerca, permitiendo que descubramos los defectos que no han podido incinerarse con nuestros movimientos. Quemamos como hombre y mujer los preliminares y ahora como niños no sabemos cómo comportarnos y como niños vamos dando tumbos intentando jugar con las atractivas brasas que como hombre y mujer solamente hemos dejado de esta extraña relación. Y como mujer me he calentado en otra hoguera, y como hombre creo que él también lo ha hecho. Y como mujer he caído en los otros brazos que me han ofrecido lo que el hombre ya no puede darme: aquello que como mujer de él reclamo y me obsesiona y que su niño no le deja ofrecerme. He pecado como mujer y no me arrepiento, porque como hombre ha despertado a mi mujer, a mi fiera femenina, y como hombre su respuesta no es clara. Y como mujer le deseo y le deseo. Y tanto deseo se me escapa y me desborda y me dejo llevar por él. Y me dejo llevar engañánome a mí misma, porque mi placer le pertenece, porque como niña es demasiado tarde y creo que ya le he pertenecido.
Todo es un recuerdo, el recuerdo de un deseo incontenible hacia un hombre que despierta mi deseo y lo hace incontenible, y las caricias de un niño, y la mirada de un niño loco que me hace mirar como una niña loca y acariciar esculturas romanas del siglo I como un infante.
Pero ni su deseo ni sus caricias ya me pertenecen. Y las busco por cada esquina de esta ciudad, recordándolas y viviendo con la esperanza de reencontrarlas en los mismos escenarios originales. Pero no reviven. Porque tu hombre y tu niño están confundidos por la resaca de cada noche, por verme haciendo vida de niña y de mujer. Por mi próxima despedida. Y como niña espero que tome él la iniciativa porque ha llegado el miedo a mi corazón, ese miedo al amor que me hace sensible y pudorosa, ese sentimiento que pica y ruboriza. Y como niña tonta, espero el ramo de flores o el besito en la mejilla, que como mujer deseo que sea rápido y violento y sin mucha ternura. Y busco las caricias, las miradas y el desenfreno y las encuentro. Pero no encuentro en los otros el niño y desespero porque en ese hombre que ya no encuentro sí lo encontré, y ese hombre o ese niño se resisten a deshacerse de mí cuando yo lo intento enviándolo todo a la mierda.
Y su niño se puso triste ante mi frialdad, y su hombre me reclama otra vez con nuevas preguntas y reclamos. Pero de golpe ese hombre se pierde y ya no lo encuentro. Y mi mujer no entiende nada. Y mi niña, de nuevo ilusionada, no entiende nada. Y mi mujer es consciente de este juego, de este residuo, de este hombre que desea porque yo como mujer deseo, y de este niño confundido porque mi niña está confundida, de esta dualidad existencial que como adultos e infantes se nos complica con una incipiente e insegura despedida. Un deseo que me consume como mujer y una desilusión que me embarga como niña. Algo que como hombre o como niño le obliga a estar en contacto conmigo y como hombre y como niño le lleva a distanciarse: el sexo y el cariño, el ahora estoy contigo y el ahora te vas que seguramente nos ha quemado como nuestro deseo; el no saber qué hacer ni qué pasará mañana ni cada mañana; el no tener tiempo porque otras mujeres tienen ocupado a su niño o a su hombre como le ha sucedido a mi mujer; el esperar como niña y mujer ese tiempo y el no encontrarlo en ninguna de mis facetas; el verme desde la distancia como mujer y como niña con otros hombres y otros niños siendo él a su vez un hombre y un niño; el preguntarme para no obtener yo su respuesta, el querer saber para no se qué hacer; la desilusión de mi despedida y de su vida que desconozco y que por su parte él también desconoce.
Un mundo de hombres y de niños que no comparto porque soy mujer y niña, pero que desearía conocer si hombres y niños me dejasen conocer.
Mi mujer le ha dado el veredicto y esa mujer fría y dominante ha aniquilado a mi niña en este momento, o en aquel en que le dije que mi mujer no podía esperar más porque otros niños estaban dispuestos a darme lo que de su hombre hacía tiempo que no me daba. Sólo puedo esperar en esta incerteza existencial que su hombre y su niño decidan y sean valientes. O den el jodido portazo. Como mujer acepto mi papel de amante y como niña tengo más miedo que su niño e intento olvidarme de sus reclamos. Como mujer le deseo más que nunca y como niña intento que no trascienda más de lo que ya lo ha hecho.
He olvidado Triana, porque de ellos entiendo a sus hombres y a sus niños. Y como mujer deseo volver a vivirlo y como niña también, pero nadie puede arrebatarme aquello ya vivido, y hasta el último estadio del consuelo lo manipulo. Un cúmulo de olores y de colores en mi olfato, diferentes tactos en mis manos, un único sabor en mi boca. Un hombre y un niño.
Porque soy niña y mujer, porque eres niño y hombre. Y he sido resbaladiza.
Yo quise subir al cielo para ver, y bajar hasta al Infierno para comprender qué motivo es que nos impide ver, dentro de ti, dentro de mi...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DIMMI TUTTO: Este es el agujerito desde el cual vuestras palabritas llegan y se quedan en el blog. Usadlo con sinceridad, sed creativos y respetad.
* Los mensajes irrespetuosos u obscenos serán eliminados .