Sueña el clavel con manos verdes que le destrocen. Que una boca engulla sus pétalos con odio y que luego los escupa. Y no es castigo, Locura, no es autoconsuelo.
Sueña el clavel con la explosión de un rincón oscuro y tiembla de miedo cuando apareces o te escondes. Le queman las raíces, descalzas, al deslizarse por el asfalto. Pegando saltitos porque escuece, es capaz de llegar más hondo, se lastima, se arruga y cierra los ojos, ladeando la cabeza.
Descubre el clavel un nuevo deseo camuflado en verso. Te deseo, Magdalena, noche y día, y te decoro los pétalos con la intimidad de ese jardín, tu pequeño jardín de claveles y menta. Sueña el clavel con los Volverán de Bécquer y con ellos se siente fuerte para trepar tu ventana: -Abre las cortinas mi amor, que quiero verte antes de acostarte... Sueña el clavel y agita suavemente sus pétalos, acariciando en rojo su nostalgia. Sueña con un beso azul con el que poder sangrar, un momento de mientras que aún no me atrevo a discutir ni acariciar por me devoran sus hormigas.
Sueña el clavel con ser descubierto entre las cañas, entre el boscaje. Sueña la flor en verde oscuro, el verde de su sangre y a veces también en blanco denso, blanco roto o transparente.
Encontré tu mirada, Febrero, de nuevo en el prefacio de un libro. Y bebí de sus letras saboreando los acentos y los signos de exclamación. Pero el punto final remató la escenita de amor (escenita dulce, por cierto). Recuerdo el título, pero desconozco su ubicación. De repente gritó: -¿Cómo pudo ser? Y sigue soñando el desgraciado con ese rincón sin tener que lamentarse. ¿Lo recuerdas?
Sueña el clavel con el dedo que no le señala, un Dedo Acusador que sea capaz de aplastar el mundo y removerlo todo hasta que él desee que llegue la calma. – Atraviesa mis pétalos y lastímalos como si tan frágiles fueran, como si nada te importasen.
No quiere el clavel, no puede hacerlo porque sabe, por fin, que es y ya no le importa. Y recuerda los caminos dorados que otros tatuaron en tu cuerpo, Febrero, y quisiera tener pies para andarlos, deslizarse por tus montes y germinar en ellos (No puedo nombrártelos, nos volveríamos locos). Con obscenidad, con maltrato y silvándole el entrecejo.
Lazos verdes suspiran arrogantes mientras empujan columnas, destrozan el tiempo y lo destruyen. Todo lo verde, todo lo corruptible. Y es feroz y es salvaje. Y exhuberante y tierno. Las hojas que me fumo cuando bajo del cielo. Sueña el clavel con ser el domador de esos lazos y con ellos atar pies y muñecas, cerrar bocas y dejarles ciegos. Sueña el clavel con besos en las manos y en las comisuras de los labios.
Y le martirizó un sobresalto: -Vuelve a mí cuando madrugo... –Deseo reencontrarte, desnudo –decía el clavel- Devuélveme a la fuente.
Pasado y presente se confunden es este epílogo, las ganas de querer y de hacer daño (la Ternura, ni más ni menos). Me reencontré con ella un día de Octubre, quizá no recuerde cómo fue. –No quiero ser esclava del Tiempo, no quiero perderlo.
Desea el clavel. ¿Los retos? – me preguntó Octubre-. Sueña el clavel con la emancipación que reclaman tanto lo dulce como lo violento, la finalidad erótica del amor, la confusión de tus gemidos cuando sueñas. –No pondré resistencia.
Te advertí ayer, Magdalena, del desamor y del fracaso, pero lo veías lejano. Te amé, Magdalena, pero los puñales que me clavaste molestan al tumbarme y con la salvia escuecen.
Sólo con un clavel no puedo ser un tango.
-Me amparo en la misericordia –dijo el corazón. Y yo entristecí al contemplar ese cuerpo reverdecido y frágil. Intenté mecerlo, intenté consolarlo, intenté protegerlo. Ella sólo pudo tararear una melodía (notas ascendentes, el jazz de un club nocturno, corcheas y semicorcheas sonando sobre su piel). Intenté memorizar su voz, pero el momento me hizo cerrar los ojos.
Te busco, Octubre, entre los meses, como busqué a Febrero entre los recuerdos. Entre el follaje, por los festejos, entre los muertos.
Sueña el clavel con la pantera y su jungla. Sueña.
JODER... me he quedado sin palabras... Espera a que se ponga el semáforo en rojo para que me desconcentre y pueda reflexionar, coquito...
ResponderEliminarY por ser tan abstracta eres capaz de escribir cosas así!!! Que se pongan más veces rojos los semáforos entonces, no?
ResponderEliminarEl juicio Final? Y las emociones son el jurado y tú, misma la jueza?
No pares, que estás en racha. Pásame apuntes porque creo que tengo que aprender mucho de ti... jajaja
Donaria petons... però ara ja no se a qui!
(Xavi, el de sempre)
Pues sí, Yèssica, Estoy de acuerdo con los semáforos. Además, a mí tampoco me gusta el rojo. Y prefiero las orquídeas a los claveles, aunque sé que a ti no te gustan nada. Me sorprendes a diario. Y tengo que reconocer, sinceramente, que hoy he entendido menos cosas que en el resto de posts. Ja ja ja. Un beso.
ResponderEliminarEl semáforo del principio de Ramblas. Odio ese semáforo. A mi me jode la gente. Y es ahí cuando se me descontrolan las pasiones como a ti. Me vuelvo marrano, maleducado y recuerdo las deudas y las cosas que me he dejado en casa antes de salir. Lo odio. Prefiero caminar y no desconcentrarme ni de mis reflexiones ni de mis recuerdos.
ResponderEliminarTú siempre dices que para concentrarse lo ideal era hacerlo corriendo o haciendo ejercicio físico, no? Tengo que darte la razón. Y un beso. Ya está, ya me he desconcentrado...
Preciosa foto.