Cada
mañana al despertarme. Entre tazones -en los que planto margaritas-, entre un
potecito de gel de hotel y los ceniceros llenos de colillas porque me diste
candela esa noche. Entre mecheros abandonados porque encenderme un cigarrillo
con cerillas me parece más sexy. Entre los portazos que doy cuando llego tarde
al trabajo y ya te he dado el último beso. Entre esferas que escondo muy
adentro y rotan en un universo muy estrecho que tú siempre dejas agitado tras
una taza de café. Entre el agujero del cinturón que nunca uso y una llamada
que, como siempre, espero.
Entre
susurros, no soy capaz de encenderte el amanecer y tus caricias jamás me han
hablado claro sobre la hora. A veces sí, otras no. Pasado en el que di la cara,
presente en el que di el pecho, el hoy en el que salgo corriendo -o me escondo
porque me da vergüenza que me veas desnuda y apresurada me salgo de plano-, y el jodido
futuro que hará que hierva tanto la leche del desayuno que nos quedamos sin
cazos.
Uno, dos
y TRES. Ti voglio bene, ti
amo, ti adoro, no sé ciertamente si en este orden.
Pero del
curro me echan fijo.
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