sábado, 11 de octubre de 2008

Pobre Caronte, pobre cielo (Su come qualsiasi diventa nulla poi conoscere gli effetti della climatologia. Barcellona, 2008)

Parece que cuando llueve llora el cielo -pobre cielo-. 

Tocando un tambor y derramando gotitas que son asaltos mudos, sobre lo prudente, como en un Correfoc, pero a la inversa. Y bailamos sus canciones con las ropas empapadas abriendo mucho mucho los brazos. Apretando las manos para esconderla, muy fuerte. Caminando junto a los caminos para no perdernos cuando aprieta. 

Una vez, con tanto alboroto de saltos y de chubasqueros, me desorienté con el cielo encapotado y me extravié entre el gentío. Desde entonces sobrevivo sumida en un duro invierno de cálidas cataratas y aguaceros. Con la intención de sentirme más cómoda, me compré una barca, me tiré a Caronte y fuimos felices hasta que le echaron del curro por escaquearse para jugar conmigo a waterpolo. 
Pero no fue para tanto. Porque cuando te absorbe la lluvia, los ruidos se vuelven discretos y ya no importan. Crujen los huesos, la carne que se adapta, los dedos que se rozan, todo en un vaivén desesperado con el que intentas esquivar las gotas al ritmo del bombeo de cualquier órgano que con tanta humedad aún te quede despierto. Sin necesitar canciones nostálgicas de ésas de cuando sucumbes al tedio del desamor:  tú ya pones los suspiros y las gotitas piden silencio con su schhhhh al caer todas de golpe sobre el suelo. Y que lleva que llueva y se moje también la Virgen de la cueva. A esa jamás le falté al respeto. Porque Leonardo la pintó en una gruta húmeda y no sé, al menos ambos encontraron refugio - ella también lo intentó con Caronte, y éste, como era buena, le dejó su piso-. 

Sin nada más que tú y la lluvia porque la climatología te ha manipulado tanto que te has vuelto así de escueta.

Con la moneda que me sobró de Caronte -es lo que tiene liarte con el jefe, que te pasea gratis en barquita buscando el romanticismo- me fui de cañas con los amigos en un día de tormenta. Pero la nube negra me persiguió y volví a emborracharme y me creció una melena de musgo. Ese día recuerdo que me lié también por despecho con el hombre del tiempo. 


Por eso, cuando últimamente me miro en el espejo, ya no sé a quien veo. Son imágenes confusas, de goteos, de vapor y de no saber a cómo he llegado a este punto en el que me han dado igual los impermeables, los paraguas o el exceso de ego. Pero intensas, de momentos irrepetibles y poco cromáticos, de mañanas de cielo gris que ya no van a volver a meterse más hacia adentro. 

Que parecía que el cielo lloriquease las mangueras con las que se limpian las calles y los tejados y los pies, comenzando con esmero por el dedo gordo y las orejas. 

Mojada de sudor y de saliva -de llovizna, de borrasca, de calabobo- busco la manera de reconocerme en ésto. Algo que no sé si soy yo o si me invento. La jodida lluvia de la que no puedo deshacerme porque vivo atrapada en el más absurdo temporal que recuerde. Cual Gorgona, pero rapada al cero. 

Llueve tanto que incluso Caronte ha cambiado su barca por una góndola y se ha aficionado al rondo. .  

Cuando el cielo está tristón todo es resbaladizo y peligroso. Un grito, una herida que no va a poder cerrarse con tanta agua y se reblandece a oscuras y se convierte en grieta en la que se protegen del dolor de huesos, las ratas. Humectadas las sábanas que se te pegan en los muslos cuando giras durante el cautiverio en el hogar desconsolado.  El aquí te pillo y aquí te mato de truenos, rayos y centellas y gotitas que resbalan por la frente y hoy nos humedecen los labios aburridos de tormenta. Se acumulan los caracoles alrededor del ombligo, las lombrices en los dedos, las babosas rojas se amontonan en las ingles, las sanguijuelas en los cuellos. 

Pero venga, que hasta las tormentas más agitadas, las que hunden barcos sin importarles los nombres de las mujeres que los decoran, acaban escampando. Y las mujeres siempre salimos a flote. Ahora entiendo esa tradición. 

Y regresamos a los caminos ya reverdecidos, trémulos y con los pies cubiertos de fango -con las sábanas pesadas, con morados en el cielo, con desgana,  con los puños bien apretados-, rebrotándonos.  

Pobre Caronte. Pobre Virgen de la Cueva. Pobre cielo. 


2 comentarios:

  1. Joder...

    "Cade la pioggia e tutto lava
    cancella le mie stesse ossa
    Cade la pioggia e tutto casca
    e scivolo sull’acqua sporca
    Si, ma a te che importa poi
    rinfrescati se vuoi
    questa mia stessa pioggia sporca"

    (me gusta, gracias)

    Lo bueno es que aún estando en en medio del huracán no has perdido los papeles, los agarraste fuerte para que no salieran volando. Vamos a tener que llamar a los de Twister en vez de al hombre del tiempo, creo que ellos podrían ayudarte más.

    Ánimos, sirenita. Después de la tormenta viene la calma, y siempre nos quedarán dichos populares para consolarnos. La humedad nos vuelve tiernos, no? Y al menos nos da la oportunidad de SIEMPRE mirar lo que pasa fuera desde la ventana sin mojarnos más. Has vencido. No?

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  2. Jo no se què dir. A vegades llegeixo els teus escrits i em quedo amb aquesta sensació de que si se m'acut dir res, la cago. Em deixes mut. Aquest schhhhhh de les gotes se'm menja les paraules. Renoi!

    (Xavi, el de sempre, però una miqueta més vell)

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