Me muerdo los labios, que ya no
saben a nada. Y quisiera volver a volar con la imaginación y aterrizar en el
prado que se desprende de los hombros más salvajes. En la carne que choca y ya
no choca y derrocha saliva obscena y malas maneras. Te lamo la frente y me
llevo parte de ti.
Cerré la puerta y sólo así
conseguí salvar mi dignidad.
Le besaba las rodillas,
despacito, mientras dormía. Le veneraba como al huésped idolatrado que siempre
se despedía hasta la próxima. Y ahora vuelve, como caballero que se esconde
bajo una coraza de pasarela y piensa desfilar sobre ella. Te jodes -me dice- y yo ya empiezo a dudar
sobre el quién. Con la cabeza al descubierto y los jeans de las cenas selectas.
(Cuando el improperio me excita, el arma me apunta y las manos de las antiguas
caricias se imantan del botón, de la copa de cava y de la soga).
Las bocas devoran. Hay árboles de
ébano en el prado de la comodidad en la que yo no he vivido. Tras cada derrota
y cada no poder resistirlo imitaba a ese árbol; me tumbaba a su
lado y acariciaba mi nuca con su nariz. Estremeciéndome al imaginarme la
dulzura que acabé sintiendo y encontrando el insulto que desde varios siglos me
ha enternecido. Y me habla, enfadado, de la incerteza y en ella yo leo entre
líneas la repetición, el orgullo disipado de las cervezas que un día o otro
volveremos a bebernos buscando una excusa. Me piensa deprisa y con desnudo
veloz, allí donde se me caigan los hombros hacia atrás para dejarle paso. Y me
aferro a su voz siendo solemne, bajando la mirada como perdedora siempre
sedienta de su suspiro. De los niños que mueren a las 17.00. De los tantos que
hemos sido, de las felaciones idolatradas, de todas las palabras que conocemos.
Te ruego. Tantas veces. Te lo ruego.
Siempre le gustó mirarme mientras remediaba la pasión sobre mi melena, con los vaqueros puestos, el pecho descubierto y mis manos deshaciendo tirones y sacudiéndome los gemidos de las orejas, como en un ritual purificador antes de irte de viaje, cada día, donde no esté pero pueda encontrarme. Y yo le miraba, en el entreacto, sentado sobre la cama con los codos sobre las rodillas y su polla inflada, relajándose. La camisa puesta, justo en el borde. Empobrecido.
Y me llamas, me atacas porque ya no sé el por qué. Por el escozor que yo añoro y tú alimentas. Por la boca que se cierra si vuelvo a arquear la espalda y no tengo a quien besar y esa boca se convierte en algo que parece no tener fin. Quisiera sobrevivir a esta vorágine, reconstruirme con mi aliento cuando los dedos dejan de rodear codos y los labios ya no hagan ese ruidito infernal de cuando se despegan tras tragar y respirar. No es posible si me azotas con tu voz y yo me siento como la reina que, con un chasquido de dedos, consigue el más puro abandono y la más grande erección. Pero me cogerás de las muñecas y, susurrando, me recordarás que no quiero marchar. Y, de golpe, volveré a interrogarme sobre el por qué tu lengua está deslizándose por mi oreja y mis manos acaban donde sea haciéndole espacio a mi cabeza ladeada que intentará esquivar el beso que me darás, apretando mi barbilla, con el ímpetu más lujurioso. Y te miraré odiándote, maldiciéndote, deseándote, cuando mis piernas ya rodeen tu cintura. Y me quedaré inmóvil para que el riachuelo fluya por mi vientre como la jodida gotita de sudor recorre aún tu espalda.
Le acariciaba el pecho, tras cada terremoto -manchada de yeso y cal- porque era incapaz de relajarme y dormir. Y a él le encantaba hacerlo sintiendo el calor de mis ingles sobre sus piernas, a las que me enroscaba necesitada de creer en algo. Así, tan cucos, tan atormentados.
En el prado del desprecio -del que paga un precio muy alto, porque sus hombros son altos-, he decido hacerme una casa para sobrevivir en estas largas noches y decorarla con recortes de algún manual de psiquiatría.
Será que como todo ser humano, yo también necesito amor y contradicción. Voi che sapete...
Cerré la puerta y no voy a contar lo que sucedió mientras espero.
*Marylin que estás en el cielo hablando, con Mario, también durante 5 horas... mientras hija de puta, yo te espero!
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