Esperaba siempre su llegada sentada sobre el primer escalón, peinándome las cejas con los dedos y haciendo números para descubrir cuando coño me tocaría menstruar. Contaba pendientes, lunares y bolitas de la ropa, para distraerme.
Si no me molestasen tanto, yo daría la razón al mundo y afirmaría que las pecas son sexys. Pero sólo de 9 a 12, cuando cerraba los ojos y llegaba a maldecirme por ser tan estúpida, de piel tan suave y blanca y tan fácil de convencer. Sí, supongo que a mi manera también podrían serlo. Y lo soy, o debo serlo mientras espero.
Me ponía calcetines nuevos, abusaba del minimal art y del naturismo y me imaginaba la cara -de nuevo- de los vecinos al verme por cualquier lugar sin samarreta. Jamás se me ofreció la posibilidad de fumar. Y jamás se me ofreció un cenicero. Y no mascaba chicle porque los condones ya eran de fresa.
Me acariciaba los labios para suavizarlos y preparar el beso. Ajustaba las tiras de mi sujetador en el mientrastanto y le maldecía porque siempre llegaba tarde.