viernes, 22 de mayo de 2009

Hace muchos días yo era como ella -ELLA- (Paese dei Commossi, Piazza del Così era, Palazzo detto dei Ricordi dei Sogni d'Oro quando c'erano)

Hace muchos días yo era como ella. La Bella con Bestia y calcetines rotos a pellizcos en un ritual extasiado de frotarme donde fuese. La de los pendientes ensangrentados y 6 hematomas esparcidos por la superficie de lo que hice de mi vida, para orientarme y tenerla siempre presente -y en ese caos dejar de perderme-. Porque el dolor también es dulce, y yo no presentía el recuerdo pero viví en la melancolía de una casa con escaleras que me jodía todas las partes del cuerpo. La de las manos de estucado blanco y cinta adhesiva entre los codos y las rodillas. La del frenesí, dosificado entre los ramos de flores y los insultos y los eufemismos más elaborados por el fetiche que imaginaba la voz de un despertador que siempre me desesperaba por su cursilidad masculina. Porque somos educados. Y cultos.

Y a latigazos te arranquen la sangre, incluso la sangre de tu sangre. Y a besos te la recuperen cuando la oxitocina ya anda por las nubes, a arcadas te devuelvan la razón de la existencia, a mordiscos te devoren la ilusión del romanticismo que no sabes si existió y que con fuerza te aten al marco de la ventana para que todo el mundo te vea mientras follas. No, hoy yo no, tú sola. Y de eso ya hace más de muchos días.

De las sábanas rojas que fueron velas en un temporal que nos removió tanto las entrañas que acabamos vomitando sobre el parqué. De la regla -de tres, o casi- que cegó las miradas de sangre y nos tiñó la piel. De los kleenex que se acumulaban por las mesitas sobreviviendo a cien resfriados provocados por la desnudez de los lugares públicos y que usábamos para sonarnos los mocos tras ver una peli idiota. De las manos más grandes que señalaban con los dedos más grandes y pretendían traspasar todas las ventanillas de coches, rebentar los bolsillos del culo de cada pantalón y aplastar todos mis sueños para que no pudiese volar con ellos. La mano de Dios que somete y domina el mundo sobre el cabezal, las suyas con las uñas sumamente limpias y olor a Neutrogena y Urea.

Y en sólo muchos días he dejado de escribir sobre la Revolución, de poner mi cabeza sobre las baldosas frías de la ducha y de quedarme a solas con mi paciencia durante los días impares y los festivos. Con la explosión de mi misma, en mi misma, cada 3 minutos y de ser adorada por ello y por mi habilidad de sentarme con las piernas abiertas como cualquier cosa de género masculino, cada vez que era efervescente. Por la ninfomanía que no ocultaba aquellas tardes en las que vestía pantalones diplomáticos italianos y me hacía una cola alta, con las pestañas muy engominadas, por si acaso -con la soberbia en el hueco de la boca, preparada para el desparpajo si era necesario-. Porque las mujeres maquilladas ensucian las almohadas, no son de fiar y tardan mucho en salir de casa. It's gone daddy gone. Hace relativamente muchos días, en una sola lengua.

Una noche me desmayé en un hotel y no me rescataron, derribé una cama de 3 a 8, me ahogué con las gotas de un arrebato, bailé el boogie boogie con tacones y la cabeza enjabonada y me acosté con un dálmata con el que hice mucho el perro tras tanto estrés.

Me tropezaba con los bordillos, chocaba con las farolas y me sobraba gente. Coleccioné espirales para dar con ellas la vuelta al mundo, estudiamos mucho, dormí en casas de desconocidos varias veces y chillé seis veces desde un descapotable que estaba hasta los cojones.

Hace muchos días yo era como ella.