A cada golpe, se deseaba más fuerza.
Ofendida hasta la muerte por una mirada de desprecio; humillando cada rima escrita durante los siglos que hoy son superfluos. En los tiempos de caballeros y princesas y las putas capaces de deshacer reinos, miraba de reojo a las desconsoladas madres que lloraban porque desde hace años, ya se les habían caído las tetas. Caminaba por las cañadas descalza, dejándose atrapar por las sanguijuelas y por los lobos de los cuentos que dejaron al gato en casa cuidando de la abuela para quitarle las botas de agua. Con las rodillas también muy hinchadas, explotando sus orificios nasales en cada choque.
La encontré mareando el hielo de un cubata en una de esas noches en las que sus amigas se fijaban en cualquiera, dolorida por la ausencia, sorda de gritos y con minifalda. Me miró, sonrió, y se frotó los ojos para librarse del sueño -de una noche de verano- y dejarlo en sus manos. Contó los peldaños de una escalera como en un juego de sí no sí no y se mordió el labio como solía hacer entonces, cuando mataba filas de hombrecitos de papel de las guirnaldas o cuando se recogía el pelo con ambas manos para que la degollaran. Con violencia, Magdalena, con violencia.
Como la nínfula de las noches en las que las mujeres hacen top-less, los caballeros se manifiestan reclamando su derecho de pernada, se profanan los teatros de marionetas y todos se congelan y se quiebran. Buscando lo más grande, lo más bélico y lo más bien pagado. Allí, entre el gentío la encontré, con rojos zapatos de tacón de aguja, deshaciéndose de los conejillos de su pecho.
Cuando la fuerza exhorta más fuerza, las cervicales están doloridas de apoyarse en las paredes y los codos sangran de frotarse contra ellas. Esperando que las Putas se apoderen del Reino y que refuercen sus fronteras.
Como la oliva del vaso del Martini bianco, la incauta señorita que no se ha enterado de la misa, la mitad. De la mitad, Magdalena, de la mitad.
Don't call her Alice, she's only a traveller... che rimane attaccata alla sedia.