En las rebajas se compró un vestido que le sirve para los guateques domingueros y para los funerales, y, acortándose la minifalda, incrementa su colección de puzzles.
La peluquera siempre le dice que se corte las puntas cuando le hace las mechas con mimo y comentan los modelitos que aparecen en Vogue y que luce esa modelo escuálida. La que se lió con el actor de cine que ella idolatra. No sabe quién es Gehry, pero Goya sí que le suena.
Hay gente que ha echado un polvo en el lavabo de un museo de Historia de lo que sea -recuerda- y por eso ha decidido lucir su vestido también en el supermercado y en los días de votaciones.
Le gustan las flores, los pendientes y las pulseras, las velas y los calcetines tobilleros. Y bebería más cerveza si no estuviese a dieta. Una vez a la semana, va de compras, de lo que sea, para no ponerse triste. No dice tacos, pero se siente realmente sexy cuando pronuncia consenso. Se pinta los labios, las uñas y jamás ha ido en moto ni en descapotable porque se despeina.
Leer no le apasiona, pero de vez en cuando va al cine. No tiene ni puta idea de la Historia de Barcelona, pero no le importa, se sabe mover por sus discotecas. Disfruta del mar, del olor del suavizante en las sábanas limpias y de los piropos urbanos. Se cree agnóstica, e incluso de pequeña pintó un cuadro. Por eso, entre revolcón y revolcón, se fuma un Marlboro para relejarse.
Como buena hija de los 70, se ha hecho adicta a Oasis, al cannabis y conoce alguna canción de los Beatles. Se hace fotos de perfil frente al espejo, y sólo enseña las bonitas. Le encanta emborracharse los viernes, usa perfume Carolina Herrera y jamás jamás, dirá en público a cuantos tíos se ha follado aunque se enorgullezca.