Durante las épocas en las que vuelven los susurros no quedan restos de ciudades, ni de amores, ni siquiera de zapatitos rojos o de maquillaje. Entorno los ojos apoyando mi cuerpo sobre cualquier pared virgen que me de un poco de intimidad y suspiro. Los susurros se convierten en cuchilladas magnéticas y me teletransporto imaginariamente a ese mundo sin moscas y con Toke en cada cuello de camisa. Donde las horas son frenéticas y yo las paso sin respiración, sn aliento, disimulando que la cosa no va conmigo. En tu palco de los secretos, con máscara anti gas, sorteando las bombas y los disgustos que puedan acarrearme tanto carisma y tu puta fortuna. Bebimos vino, seguramente algún Rioja que había sido ocultado en algún sótano, sobre el capó de un coche. Vuelven los susurros de las andanzas, de las nuevas ideas, de la música de las cervezas y de las horas de las salas de espera. El silencio silencio rotundo y el desviar la mirada.
El espacio que se observa entre el pezón y el lunar de la espalda es el espacio en el que se almacena el amor. Si sientes que te haces mayor es porque tu pecho crece y se hace profundo y te sientes vacío hasta que rellenas el nuevo hueco. Y te vistes de gala para beber un café con dominó, te das cuenta de que los hombres de raza negra no tienen pecas, y de que de pequeños, muchos tocaron el violín, que es algo que tú jamás hubieses hecho. Como cuando cada día era viernes e ibas a currar al día siguiente y los jefes te advertían de tus ojeras y de que quizá deberías cambiar de chico para ascender. No eres tan mayor ni tan seria, porque es verdad que toda tu vida te has dejado llevar por las emociones fuertes. Y te ríes a carcajadas con el hombre de las bambas que se bebe una cerveza en la mesa de enfrente porque se parece a alguien. -Grazie cara -Te dice-. Y de nuevo y como siempre lo dice con mal acento.
No llegué a viciarme a Lost pero viví enganchadísima a los juegos de mesa, sobre las mesas y sobre las escalones más molestos de todas las ciudades. Y desde entonces me susurran todos los dados y las barandillas. Muy bajito, siempre haciendo peripecias para que nadie pueda ni siquiera sospechar que hago trampas al contarme 20 si me como a alguien, y recuerdo su nombre si está rico. Arrastrándome a la agitación más ebria y malhablada, mirando hacia otro lado y sin levantar sospechas. Sin tirantes, y sin calcetines, sin gomas en el pelo que me retengan y 300 secretos en la boca que no dejan de alborotarse.
Cuando vuelven los susurros me empequeñezco, se me hace un poquito más profundo ese huequito que me sale del pecho izquierdo. Me hago chiquitita y fumo como un carretero.
Sí, mierda, también estoy sola en esto
.
El espacio que se observa entre el pezón y el lunar de la espalda es el espacio en el que se almacena el amor. Si sientes que te haces mayor es porque tu pecho crece y se hace profundo y te sientes vacío hasta que rellenas el nuevo hueco. Y te vistes de gala para beber un café con dominó, te das cuenta de que los hombres de raza negra no tienen pecas, y de que de pequeños, muchos tocaron el violín, que es algo que tú jamás hubieses hecho. Como cuando cada día era viernes e ibas a currar al día siguiente y los jefes te advertían de tus ojeras y de que quizá deberías cambiar de chico para ascender. No eres tan mayor ni tan seria, porque es verdad que toda tu vida te has dejado llevar por las emociones fuertes. Y te ríes a carcajadas con el hombre de las bambas que se bebe una cerveza en la mesa de enfrente porque se parece a alguien. -Grazie cara -Te dice-. Y de nuevo y como siempre lo dice con mal acento.
No llegué a viciarme a Lost pero viví enganchadísima a los juegos de mesa, sobre las mesas y sobre las escalones más molestos de todas las ciudades. Y desde entonces me susurran todos los dados y las barandillas. Muy bajito, siempre haciendo peripecias para que nadie pueda ni siquiera sospechar que hago trampas al contarme 20 si me como a alguien, y recuerdo su nombre si está rico. Arrastrándome a la agitación más ebria y malhablada, mirando hacia otro lado y sin levantar sospechas. Sin tirantes, y sin calcetines, sin gomas en el pelo que me retengan y 300 secretos en la boca que no dejan de alborotarse.
Cuando vuelven los susurros me empequeñezco, se me hace un poquito más profundo ese huequito que me sale del pecho izquierdo. Me hago chiquitita y fumo como un carretero.
Sí, mierda, también estoy sola en esto
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