miércoles, 30 de diciembre de 2009

Quieta - y el besito en la mejilla- (Ferma)

Han pasado sin pena ni gloria los días en los que alguien paseaba su mano sobre mi espalda que siempre ardía. Los momentos en lo que se deletreaba I N S O M N I O para despedir el día. No diré que fueron tiernos, aunque sí lo fueron. Ni siquiera me atrevo a decir que fueron eternos. Me tumbaba boca abajo sobre la cama y me quedaba muy muy quieta, sin hacer ruido e intentando negar cualquier resto de ADN que pudiese constatar que yo estaba allí. Crecía a escondidas, cuando alargaba el brazo y apagaba la luz. Y era sólo entonces cuando me quedaba sin astro y adoraba la vida. Creo que reía poco, no se si por falta de tiempo o por pasarme las noches ausente.

Tenía seis dedos en una mano, tres pezones y florecitas blancas que me crecían entre los rizos de la melena. Y no me parecía extraño. En realidad hacían juego con mis moratones, mis pastillas anticonceptivas y todas esas salidas hacia ningún sitio, siempre a oscuras. Me moría muy poco cada dos por tres y renacía tras un pitillo, como el que no quiere la cosa, dejando muy húmeda la boquilla si el renacer era esperado. Creía en la química biológica, en los jugos gástricos y en la saliva como la panacea del mundo. 


Me tropecé en una escalera y me hizo tanta gracia que me vino la regla. Nadie sabe darle una explicación científica a esto, pero yo me he creído que todo lo que más recuerdas, tiene un principio realmente estúpido. Y perenne.

No lo sé -me dice-.


Y me cruzo de brazos cuando yo lo único que deseo es ese preciso momento en el que me despido con un besito en la mejilla.

Por fin he dejado de estar embarazada.