Cuando te supera la confusión y me agarras muy fuerte de la mandíbula y te acercas a mí y me miras con los ojos furiosos muy cerquita de mi boca. Cuando me dices, irado, que te vuelvo loco, pero muy bajito y con voz recia. Y me sueltas y te largas, con esa chulería, mordiéndote el labio muy fuerte, sin perderme de vista.
Sin saber qué coño hacer conmigo. Ni con tu mala hostia.
Entonces yo ladeo el cuello, refrego mi mejilla por el hombro y te sigo con la mirada, con los ojos muy abiertos.
Y tu cabreo aumenta.
Yo, insisto. Te persigo con la pupila, me agarro el pelo, saco pecho y aprieto las piernas.
- La próxima vez que me lo hagas –te advierto- que sea empotrándome contra la pared, como loco, y me hagas crujir contra ella. Me pones demasiado como para desperdiciar así el tiempo.