En tu portón hay graffitis que sugieren amor muy
explícitamente, carteles de abogados especializados en divorcios a precios
económicos, bustos en estuco de estilo racionalista. Alguna que otra vecina
francesa que ofrece clases orales en su lengua. Y las rigurosas normas del
protocolo del amor.
Que ya me da igual que por la calle caminen las parejitas cogidas de la mano llevando abrigos verdes, que tintineen los árboles con un terremoto profético o que desfilen por las plazas los carabinieri ataviados con lanzagranadas si yo la cruzo con los zapatos ya en la mano y descamisada.
Que ya me da igual que por la calle caminen las parejitas cogidas de la mano llevando abrigos verdes, que tintineen los árboles con un terremoto profético o que desfilen por las plazas los carabinieri ataviados con lanzagranadas si yo la cruzo con los zapatos ya en la mano y descamisada.
El skyline de la habitación es un cuerpo estirado con sus
cumbres nevadas y pegajosas. Cataratas que se precipitan hacia la tierra a
través de rosados cañones.
(Ya hurgamos entre las rocas, buscando el pan y el vino con los que saciarnos)
Recuerda como chocaron, unos contra otros, los objetos de esta
estantería y le rechinaron los clavos y los dientes.
Tengo un coro de pajarillos resonándome por la cabeza, a los
bomberos apoderándose de mis ideas, la luna de Valencia encandilando a las
musarañas del ático derecha.
Me quedo sin botones, sin corchetes de sujetador y sin
hilos. Me fundo en un enjambre de mariposas violetas y me elevo.
Recordaremos el Big Bang, los portales vacíos, las
sepulturas egipcias. A la termita y a la franela.
Canta el hemisferio norte canciones patronales a su dama de
scriptoria que se sonroja, porque son melodías de días muy especiales. Él le canta a Laura, ella a Marco y, a Fabrizio de André, los muertos.
Ojalá cada mañana me despertase roja como un tomate y afónica.
Ojalá cada mañana me despertase roja como un tomate y afónica.
Es la medicina más eficaz para los catarros y las tardes de
lluvia. Mejor que el Lorazepam o los ungüentos chinos. Mejor que las bufandas y
el caldito o la cerveza.
Se disuelve el entreacto, se alargan las pupilas. Te lo
recordaré con más febreros de los que tiritan de frío, con más reproches sobre
la temperatura del agua de la ducha, con el argumento de una porno con actrices
sin pendientes. Con la capucha roja, con la tirita. Con el Vaporub guardado en
tu chaqueta.
Duerme el lobo feroz y Caperucita arruga los pies. Nos comunicamos con leves
movimientos de dedos, con bocadillos de cómic escritos en letras minúsculas y
negras, con el tic tac de los relojes. Y lo digo con propiedad, con la clase de
un lenguaje efímero que a veces es tímido, a veces sediento. Muy discreto.
Para soñar, tú te dormirás de lado y yo mirando al techo.
Destapados, desmelenados, desguañingados, despiertos, deshechos.
Dormiré como metida en una cajita de madera tapizada en
verde, como una princesita a la que le arrancaron sus enaguas y que las busca muy discretamente por la cama con el dedo gordo del pie izquierdo y las manos bajo la almohada.
Intentaremos dormir. Lo intentaremos. Aunque haga frío. Seguro. Lo intentaremos.