martes, 23 de diciembre de 2014

Es más verde, el bosque ( Ricordi profondi, profondi come la foresta)

Es más verde (el bosque)

Me muevo entre lo tétrico y lo erótico, el amparo y el desamparo. Lo verde.

La madera con la que se ha ido amueblando este apartamento entero y débil. Y sus escalones. Clavo tras clavo. Y sus tintineos.

A mí desde siempre me olió a casa abandonada, a hombre viejo. A hombro de leñador que todavía no se fía de las serpientes, de los patos ni de las piruetas de las anguilas. A serrín de roble, del ensortijado. A jabón de pastilla del que se guarda en el último cajón de la mesita de noche. Tan intenso y añejo, tan limpio que se esconde. A manos que han humedecido la madera con linaza, con esperanza, con perpetuidad. A lo que es de alguien y de nadie, pero se firma, por si acaso. Y se nutre para que no se pierda.

Yo he visto a ese gato salvaje moviéndose entre los matorrales de un bosque de pinos, silencioso. Pero nunca temí sus garras. Él me miraba desde lo lejos, intensamente, mordiéndose las uñas. Olisqueando mis huellas para no perderme el rastro entre las calles de sus aldeas. Torcía el hocico -recuerdo- esperándome sobre la leña.

A mí, que me asustan los gatos de monte, ya no me dan miedo.

Entre lo verde. El piropo. Lo burdo y su antónimo. Entre el decoro y su negación más espontánea. Sacudiéndome las telarañas de los nuevos brotes, de las ramas crecidas, del palo de avellano del leñador que ya no siente vergüenza.

Con la imaginación me siento de nuevo en su silla, balanceándome suavemente en la mecedora junto al arroyo bien crecido y ya fiero. Me recuesto sobre su respaldo y cierro los ojos. Con la imaginación me susurran sus hojas, me abrazan sus ramas, me humedece su musgo y comienzo a resbalar por el collado, rápidamente, apoyando el cuerpo ahora así, ahora no, sobre su bastón. Reimagino lo verde, la sed saciada en una vieja fuente. Desnuda y despeinada; ronronea el minino sobre mi regazo. 

Le dije a ese gato que volvería cuando me miró con los ojos tristes. O quizá cuando le miré con los ojos tristes, justo después de abandonar la nube de polvo que levantamos al transitar aquel camino. Él volvió a la maleza olisqueando el aire, sin perderme de vista.

Es misterioso este bosque. Y cada vez que vuelvo, me sorprendo más con la retórica de sus leñadores y con la eternidad de sus muebles. 



* Del flog. però amb moltes ganes de ser llegit...