martes, 16 de febrero de 2021

en la mesa de una osteria (Riflessioni disconesse, appuntini sulla città, Part II)



1.- 

Anaranjados, como tus rizos cuando caminamos bajo las farolas del Lungotevere, como si nos hubiéramos lamido con las lenguas de los cientos de gatos que moran en Trastevere.

Así, cada uno a un lado del Ponte Rotto, cada uno en un fondo del estadio, nos dejamos llevar por el chilosá de cuando se te ha contagiado, desde los dedos, el mármol.

Asombrada de dolce vita, como cuando vi por primera vez el Pantheon y los Virtuosi nos invitaron a pasar.

Que a ti te gustaría verme siempre bajo la lluvia de pétalos rojos y regalando pannettoni a los niños, lo sé. Desnudándome como tú desnudas a tu ciudad a los turistas. Tirando las ánforas que te sobran al río y dejando rastros de colillas.

El día que nos conocimos, abrimos la Puerta Regia de otro coche destartalado.

Porque en esta ciudad, el invierno no es pequeño y se estira y hace tanto frío que siempre quieres entrar. Donde y como sea. 

Hoy, parecemos viejos amigos del final de los 20. Hoy, en mi cama sólo queda un hoyo en el que tiritan los campanarios y las estatuas teñidas de tramonto anaranjado y que lloran grattachecca. Dos restos de travertino esculpido que se blanquean al llegar el monzón u otro nubifragio.

Arrastras tres millones de piedras desde tus orígenes, nos brotan monumentos de los pies en cada cumpleaños eterno.

3000 años después, las hormonas todavía se arremolinan alrededor de las tubas y de las cítaras.

Dejaremos el último grito para la despedida, justo a la hora de la espuma blanca y de las tarantellas.

2.-

La noche siempre llega repletita de dacios y de partos, de puntos de fuga, de barcos que regresan de Ítaca cuyos marineros atracan en Ripetta, deseosos de gula y de vino de la casa muy peleón. De impazziti, inconoscenti y de pirómanos. El maravilloso canto de las náyades de Piazza Repubblica promete inolvidables fastos.

Los obeliscos del Vaticano pidiendo guerra. Señálame el camino desde la azotea de tu mole, que no es cierto, los ángeles no tienen barba ni usan slips en ese momento de la noche en el que los carabinieri se esfuerzan a consciencia en vetar las conversaciones medio eróticas entre todos los amantes que tontean en los escalones de Piazza Spagna.

Deambulan, también hoy, más noctámbulos como nosotros por San Lorenzo. Se levantarán siempre paredes en las que podamos escribir “Pure io ho scopato qui, con te” frente al Cimitero de Verano. En las que podamos besarnos o fumarnos un cigarro esperando el bus. 

La mañana hará que se le achinen los ojos también a las madonnelle de Triunfale. Dónde está ahora la diosa que se acaricia un hombro? La orgía? La serpiente de Esculapio? Cuando los hombres son efímeros, son nombres, cartelas de cuadros. Y alzan sus cuellos tan largos como la columna de Focas.

De noche, las columnas de esta ciudad fueron como estambres que fecundan a las chicas que aún bailan en las azoteas y enseñan los pechos a Selene. Por la mañana, relucen como bosques de piedra o dedos que se alzan hasta el sol, hasta el óculo del techo, hasta las cruces de la Tiburtina. Y crecen hacia el cielo en forma de torres intimidantes en la periferia.

Escucho a los cangrejos del Foro haciendo repicar sus tambores por las cunicole de Roma mientras te espero. Como si todos los santos de la Colonnata bailasen juntitos en un after  sacro, como gogós divinas que mueven sus caderas praxiterianas desde las cornisas. Las de los nichos, también. También los esqueletos del Muro Torto, siguiendo el ritmo que les manda el dedazo de Constantino. Los atletas de piedra del Olimpionico mueven sus pelvis hacia adelante y hacia atrás imitando a los Village People. No es ningún secreto que las de los cachas de Foro Italico son, en realidad, goliardos desvergonzados.

Juego con los mininos de Argentina, como quien juega con sus alborotos de dentro. Con la misma devoción y desconfianza. En un rincón de la Merulana, mientras Galieno recrea, con orgullo, procesiones de presos con los turistas rezagados enternecidos con sus ronroneos italianos, comemos carbonara y también cae algún Peroncino

3.- 

No te aseguro que tu nombre quede grabado para siempre en epígrafe monumental, pero sí sobre la mesa de una osteria de Monti. Es que te creía más de Baco dei castelli y no tan Príapo del de cuando se va de juerga por la Suburra. Más de los que rumian largo y tendido sobre qué desearán en el brindis que rompa el hielo de los portales de la Salaria para que comience por fin la algarabía. Cuando te vi leyendo a Catulo en el Celio, quise meterme enterita en tu libro para que se me calentasen las manitas con tus ojos anaranjados; asomarme a tu ventana como quien se asoma al mirador del Foro y sólo ve los lupanares y las tabernas. La nostalgia se te estampa en los codos cuando te asomas a esa ventana: Piazza Cratti, la Tenuta dei Massimi, Via Torino. La literatura de los cuerpos helenísticos. Desde ese huequito vacío que dejas en tu cuarto para que las extranjeras como yo lo ocupen de vez en cuando soltándose los rizos.

Él no, él puede dormir alargándole los travesaños al crucifijo. Suspirando 

Con él se puede pasar otra noche en un hotel de Via Marsala. 

Al dandy pariolino; al de los Wranglers de los 90, tampoco; yo siempre acababa de cara a la pared con el comunista cerca de Villa Ada, aunque me cayese muy lejos. (Sé mi Jack Sparrow, mi currante pobretón que libra el lunes y se hace la barba con jabón que huele a menta. Ese al que le cabe el mundo en la solapa de su abrigo largo de pana). Su lengua, me enloquece. Su estuco. Su tinta roja. Las antigüedades de Portaportese, las de las 7 de la mañana, que reviven a diario sobre su escritorio de la Sapienza.

Yo, por él, tiraría mis dos mejores monedas en la fuente y dejaría de decir tacos dentro del pomerium. Yo, por él, sería tan ácida como il Pasquino. Yo, por él, me confesaría en Santa Maria di Monserrato, como lo hacía Rafael Alberti, los sábados.  

4.-

Caravaggio se cargó a hostias al dj que vivía en Piazza del Popolo. Bernini, envidioso, no vivía muy lejos pero se lo agradeció. Borromini le negó un caffè al Bernini y pobre Miguel Ángel, que no vio nada. Tiziano y el Domenicchino. Giulio Romano también era muy tímido. Los florentinos enterrados en Via Giulia porque Giulia era muy bella -dijeron Lena y la Fornarina- y bastante rica. Dicen que el fantasma de Beatrice Cenci se pasea orgulloso por ponte Sant'Angelo porque en vida jamás le dejaron salir sola de noche. Rubens, cuidado, ya lo advirtió: el Parrasio se inunda. La lluvia de Roma se cargó el jardín amurallado. Las Sabinas, hartas de pugnas entre hombres y entre artistas, cortan el bacalao en la Pace, a buen resguardo. Las Musas se empoderan e iluminan el canto de Margarita de Suecia y se citan en Palazzo Farnese para montarse alguna orgía juntas. Cástor y Pólux, reptando la Cordonata, en honor a Leda, alimentan el orgullo de caput mundi, flanqueados por dos dragones.

5.- 

Es tan antigua la hospitalidad romana, que hoy no se come carne ni se cena. Tan vieja que se afeita las piernas con cuchilla y prefiere que piques al timbre en vez de que le avises con una perdida. En esta ciudad vieja, las caricias caen como petalitos de azahar desde el Aventino y todavía, aún hoy, te espía desde el agujerito de las cerraduras. Su piel blanca de antaño es tan blanca hoy como las paredes de Santa Maria Maggiore en pleno Agosto, cuando nieva.

Se persigna los viernes y escucha el sermón de los domingos con las orejas gachas, crucificada como un cabezal de cama en un hostal para peregrinos. Silenciosa como un convento de las oblatas de Santa Francesca. Ocasionalmente, también es ciudad de ardientes Trivios dérmicos. Y de algún cuadrivio idealizado con las virtudes clásicas. Esquilina y de borgo. Bucatina y de borgata, Pisana y Garbatella, altanera desde el Zodíaco. Casilina y trasteverina y suburbana. Te mira jeroglífica desde los perfiles de las lobas, de las zorras, las gatas y de las perras, siempre en dirección hacia el río y el mar. Sus hijos son los muertecitos que bailan por las avenidas umbertinas, en las discotecas clandestinas y los que vuelven a casa jurándose amor desde un notturno cogido en Porta Maggiore, dejando que Eros o Atenea les cubran los pechos con mantitas de Dolce & Gabbana o Valentino. 

6.- Conclusión: 

El runrún de Roma siempre dará pena. 

Roma es la única ciudad que nace de una teta. 

Roma se ríe en la puta cara de Stendhal. 

La romanità si allunga más allá del GRA.



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