Cuando las ranas críen pelos y los sapos aprendan a afeitarse (Via della Mattina e della Matita Nera)

Cuando las ranas críen pelo.

Por la mañanita soy feliz si se me muerde un hombro en el que se haya escrito buenos días y sobre la mesa encuentro lápices de carpintero de mina muy dura, con la punta recién afilada que huela a cerillas. Un día de estos probaré el qué escribir sobre la noche en mis muslos con quien mejor la conoce y la malgasta. Por probar, digo. Porque soy feliz si se me trata como parte indispensable -y esporádico- de los colchones rojos que sobreviven hasta las madrugadas literarias.

Mierda! Dije a primera hora cuando abrí los ojos y le vi anotando cosas sobre la sábana. Se lo he pegado, es mi culpa: hay una especie de rana peluda que brinca a mi lado y canta. Beso a la rana, al hombre, rompo el hechizo. Y sus greñitas de loco que antaño alegraban su cabecita de limón se vuelven lisas y calvas.

Lo que hay dentro. Claro que a todos nos gusta lo que hay dentro, si no por qué siempre intentamos meternos en lo tierno y sentirnos apretados? Si no por qué nos desafiaríamos con raparnos las cabezas cuando nos molestan, por hacer algo, y lo dejaríamos escrito sobre las nucas y las colochas?

Mierda! Me quedo, vale, me quedo. Hasta que las ranas críen pelo y recupere el aliento para darle los buenos días, muy educadamente, a tu afeitadora. Si ya sospechaba yo que nos pasamos con el beber tanto. Como si nos conociésemos del cole e hiciese miles de años que no nos hubiésemos visto en alguna otra cama.
Por la mañana soy feliz, pero sólo a veces, cuando mi organismo se calma, me encojo de hombros y todo vuelve a ser bonito. Sí, algún día probaré qué describir de ella. Cuando las ranas críen pelos y los sapos aprendan a afeitarse la cabeza con la moto a partir de las 10 de la mañana y sin resaca.