Y deja encendida la radio para que me despiste -desquicia, Si Estuvieras- (Via del Furbetto fino a Piazza Ma Che Cazzo Hai Fatto, stronzo)

Pero bueno, si hablamos de los momentos más importantes, todo cambia, me desestabilizo, me entra dolor de ovarios y me sangra un pezón. Puede que hasta me quede sin palabrotas y sin manos. Sí, es cierto, yo a veces soy un poco bruta, me hago daño con absolutamente todo cuando me besan, camino desnuda y siempre acabo sangrando y echando de menos los mejores tiempos en los que fumaba y era un placer. Y supongo que eso es precisamente lo que se echa de menos: la predisposición, el mimo y mi salvajismo del aquí te pillo, aquí te mato de cada vez que le he tenido a menos de un metro de distancia porque quería. 

Lo que hacemos bien y lo que hemos hecho mal. Enamoriscarme de puro y duro, entre empujones, eyaculaciones fluorescentes y muchas alergias más.

Si hablamos de los momentos importantes veo morados en mi tórax, agujetas en las ingles, unicornios en ojos de noche y despertadores que me recuerdan que todo tiene un fin esperpéntico sin puntos y aparte ordenados que te dejen cambiar de tema.

A veces salía a fumar si hacía sol. Siempre, durante todo el invierno, me ha acosado este jodido frío. Y me mantenía ocupada hablando por teléfono y plantando cactus por algún rincón sin esperanza de la habitación, para alegrarme el día. O para creérmelo. Recogía las monedas que siempre se caían de mis bolsillos y a veces sonreía al darme cuenta de que no hemos sido aún capaces de aprender de los errores ni de aprender a quitarnos los pantalones sin tropezar con los segunderos que nos hacían la trabanqueta.

Importante es el olor de su mano cuando duerme, mi insomnio que canta junto a un ronquido, torcer el cuello si me dejan y perder la melena con cada giro. Importante es saber que es cierto, no he sido capaz de superar estas ganas de autodestruirme, de llevarlo todo al máximo, de compartir esas mismas ansias con quien me destruye queriendo meterse entero en la estrechez de un cuerpo de mujer de caderas estrechas. Una boca tapada, una mano fuerte que sujeta tu muñeca para que no escapes, confesiones frenéticas, barbillas brillantes, tu tú y a veces su tú, besos muy agitados y muchos No me toques los cojones. Gemir, retorcerse, derramarlo todo, las diferencias de opiniones, y llamarle porque le echo de menos, recuperando el aliento. La fuerza y el consuelo del abrazo cuando perdemos el ritmo, y algún insulto. Las mantas que siempre están heladas cuando tú ardes abrigándonos todos los dedos que nos salen de la boca o de ahí de donde nos quepan. Eso que llaman dolor, dicen, que yo sólo siento cuando me siento tan sola tras todo esto, tan vacía que hasta me duele lo que ya no está ni dentro ni fuera. Sin dónde, ni basta, ni cuando ni ahora ni quiero ni qué has hecho, gilipollas. muérdeme entonces tan fuerte la boca que sangre para que no haga falta hablar del resto. Fóllame como si se acabara el puto mundo. Y deja encendida la radio para que me despiste.

Para cenar quiero tarta de cerezas, menstruación y y una máscara anti gas fabricada en Indochina. No, lo afirmo, es imposible. Ese momento de amor es tan imposible y real, que desquicia.

Si estuvieses de verdad aquí, estaría desnuda escribiendo esto, posiblemente con la cámara preparada y no hubiese podido dejar de fumar. Tendría la pared empapelada con post it amarillos y verdes, palabras escritas con rotulador negro -sin corazones rojos- y cien mil ideas obscenas en la cabeza para contarte y que, seguramente, te harían sonreír. Me taparía con tu jersey porque tendría frío y te pediría agua y protestarías. Como siempre. Y haríamos el amor -o algo parecido-, compartiríamos una cerveza sin pensar en el horóscopo de ese día o haríamos café para desayunar. Y sería justo entonces cuando dejaría de abandonar las llaves en mi recibidor, definitivamente, por las mañanas.