Le preguntó qué leía. Y se sonrojó. Así, de la manera más tonta y más plácida que un despistado recuerde de entre todas sus veces. Cerró el libro, se tocó la nuca con un gesto nervioso destriando de entre sus posibilidades del qué hacer y le miró sonriendo. -Me invitas a una cerveza? Y se fueron. A cuántas personas habrá unido la cerveza?
El hombre hipotético y la mujer peregrina entraron a uno de esos bares absurdos y con letreros de letras rojas cuyo nombre se mezcla con el logo de la Cocacola. Uno de esos bares en los que al traspasar la puerta, diez miradas extrañadas se apartan y parpadeando te dicen "Os estábamos esperando, dónde estábais?". Pidieron dos Estrellas -entre el gentío, para sentirse menos indefensos- y se pusieron a charlar sobre cualquier cosa que pudiese llevarles a una aproximación. Bueno, casi. O algo parecido. Que si tienes perro, que si estudio ADE, que si no tengo coche y sí, yo también he estado en París. Una vez bebieron Fernet. De las otras se acuerdan, era tarde.