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Tres Tristes Textos -Parte II- (Pezzini di due lettere. Parte II)
Nos iríamos a vivir a un pisito pequeño, de techos muy altos y sin balcones. Y cada mediodía acariciaríamos el jarrón lleno de flores de la mesa de la cocina recordando los viejos tiempos. Como si fuese un ritual de supervivencia, el Flautista de Hamelin que orientase otra vez al lobo feroz que que se presentase como voluntario para rescatarnos de la monotonía de verme disfrazada de Caperucita roja sin bragas, en la sobremesa. Pondríamos muchos libros en las estanterías, una edición de 1900 parisina de La Dama de las Camelias, dos diccionarios alemanes, un traductor italiano, apuntes universitarios de iconografía moderna mariana, algún libro de Mendicutti y un manual no muy extenso de ebanistería. En el recibidor, los cuadernos de viajes, sobre los taburetes las libretas en las que apuntamos todas nuestras anécdotas de lencería. Y en la mesita, una foto de Osho o de Rocco Sifredi para inspirarnos. Y beberíamos rusos blancos, cada mañana sin excepción, tumbados sobre la alfombra en la que me he desvirgado cada noche. Para canturrear, relajados, lo que sea, cuando empiecen las noticias de la tele.
Porque un hogar no es hogar hasta que se compran macetas y se derrama el body milk sobre las sábanas.
La carrera, el pato de goma, Fellini 8 y 1/2, hojas cuadriculadas y la natación sincronizada. La vichyssoise y las naves de Star Trek en el techo.
Si buscas cuerdas para lo que sea, las guardo bajo la cama. El "bajo la cama" ha sido siempre mu mejor armario.