
Vivimos en la Edad de las
Preguntas y, clandestinos, nos tiramos los tejos como podemos. A veces nos
hemos sentido incluso cachondos de maldad pensando que eso que dicen que está
tan mal hecho, pues a lo mejor no lo es tanto o que quizá nunca ha estado tan
prohibido.
Y desde la puerta me invitas a entrar a tu casa: es todo un acto de valentía morirte de ganas de arrancarle la ropa al hombre que te invita a tumbarte en su cama y no hacerlo. - El próximo día te la reviento.
Aunque sea con el pensiero. Es extraña esta sensación de no tenerme que hacer la santa cuando te cuento cómo soy y tú ya me imaginas desnuda y arqueando la espalda. Que me guste o no es otra cosa. Pero yo creo que jamás lo he dicho en público, por si acaso.
Pero es tan sorprendente que en tus ojos vea tanta curiosidad, que no puedo controlarme más y soy incapaz de quedarme quieta y escucharte y te descojonas cuando me pillas asintiendo inmersa en mi auto exploración de las más espontaneas consecuencias. Y tengo que disimular para quitarme la sonrisa malévola de niña consentida que consigue lo que quiere tan sólo ladeando la cabeza y respirando como si nunca hubiese estado sola, cuando eres víctima de ellas.
Cómoda en mi papel de sensiblona y de mujer juguetona de miembros redondos y labios de sal y tekila que reclaman más juerga.
Cuando a cada palabra que digo siento que me comerías la boca desde abajo y me darías un tirón seco de pelo.
Y al quedarme callada al sentir los pechos cargados de sangre y con tu mano temblorosa sobre mi nuca, sentirte vencedor y pedirle con todas las hormonas que pueda liberar desde mi cuerpo a tu cuerpo, ya tembloroso, que nos dejemos de una jodida vez de gilipolleces y me estampes contra la pared que te quede más cerca y me destroces un hombro, la garganta o lo que sea.
El dedo avanza y te acaricia la rodilla y en un acto reflejo, tú cierras las piernas.
- No, va, no. No está bien. Céntrate, que no te puedan las hormonas.
Cuando te deseo tanto, que no me importa que nos interrumpa cualquiera y me muerda el pezón desocupado que le quede más cerca. Y disimular poniéndome bien la camisa como si por mi mente no hubiese pasado nada cuando tú estás concentrado en dos o tres posibles candidatos de la agenda.
Intentando olvidar que jamás te bebiste un tekila sunrise con las tetas al aire sobre el capó de un coche.
Como si todavía no controlásemos esta tensión desde hacía horas o nunca hubiésemos hecho otra cosa, como si no me hubiese despeinado el viento y nunca hubiésemos tenido que disimularlo. Cuando vuelvo a escuchar de tu boca tras este lapsus que me lo darás todo como me merezco no, no es suficiente y suspiro para compartir y competir con la excitación más callada del mundo.
No, yo así no puedo: se me derrite la templanza con el sol, mi calor y tu desvergüenza. Joder con la castidad, el decoro y la civiltà...
Y desde la puerta me invitas a entrar a tu casa: es todo un acto de valentía morirte de ganas de arrancarle la ropa al hombre que te invita a tumbarte en su cama y no hacerlo. - El próximo día te la reviento.
Aunque sea con el pensiero. Es extraña esta sensación de no tenerme que hacer la santa cuando te cuento cómo soy y tú ya me imaginas desnuda y arqueando la espalda. Que me guste o no es otra cosa. Pero yo creo que jamás lo he dicho en público, por si acaso.
Pero es tan sorprendente que en tus ojos vea tanta curiosidad, que no puedo controlarme más y soy incapaz de quedarme quieta y escucharte y te descojonas cuando me pillas asintiendo inmersa en mi auto exploración de las más espontaneas consecuencias. Y tengo que disimular para quitarme la sonrisa malévola de niña consentida que consigue lo que quiere tan sólo ladeando la cabeza y respirando como si nunca hubiese estado sola, cuando eres víctima de ellas.
Cómoda en mi papel de sensiblona y de mujer juguetona de miembros redondos y labios de sal y tekila que reclaman más juerga.
Cuando a cada palabra que digo siento que me comerías la boca desde abajo y me darías un tirón seco de pelo.
Y al quedarme callada al sentir los pechos cargados de sangre y con tu mano temblorosa sobre mi nuca, sentirte vencedor y pedirle con todas las hormonas que pueda liberar desde mi cuerpo a tu cuerpo, ya tembloroso, que nos dejemos de una jodida vez de gilipolleces y me estampes contra la pared que te quede más cerca y me destroces un hombro, la garganta o lo que sea.
El dedo avanza y te acaricia la rodilla y en un acto reflejo, tú cierras las piernas.
- No, va, no. No está bien. Céntrate, que no te puedan las hormonas.
Cuando te deseo tanto, que no me importa que nos interrumpa cualquiera y me muerda el pezón desocupado que le quede más cerca. Y disimular poniéndome bien la camisa como si por mi mente no hubiese pasado nada cuando tú estás concentrado en dos o tres posibles candidatos de la agenda.
Intentando olvidar que jamás te bebiste un tekila sunrise con las tetas al aire sobre el capó de un coche.
Como si todavía no controlásemos esta tensión desde hacía horas o nunca hubiésemos hecho otra cosa, como si no me hubiese despeinado el viento y nunca hubiésemos tenido que disimularlo. Cuando vuelvo a escuchar de tu boca tras este lapsus que me lo darás todo como me merezco no, no es suficiente y suspiro para compartir y competir con la excitación más callada del mundo.
No, yo así no puedo: se me derrite la templanza con el sol, mi calor y tu desvergüenza. Joder con la castidad, el decoro y la civiltà...
Ole a las hormonas desbocadas y la elegancia al describirlo! Que arte!
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