miércoles, 22 de junio de 2011

Suspiros -come se il tuo corpo fosse la piccolíssima città di Venezia-.

Había veces en las que suspiraba de verdad, estrepitosamente, como si fuese realmente higiénico y necesario.

Y entonces me contó que todos tenemos un pequeño cosmos en nuestro interior, un minúsculo mundo hermético con habitantes que hablan de espaldas y que, cuando gritan, les escuchamos pensando que son los ruídos de nuestras malas digestiones. En ese mundo hay selvas, mares y tiendas de botones. Me dijo que también había cataratas y que eran muy hábiles saltando como las ranas. El problema es que de vez en cuando, tras las Fiestas Mayores, hay tanto alboroto y el aire está tan viciado de humo y olor a almendras garrapiñadas que sus habitantes NECESITAN abrir una compuerta-ventana que les deje expulsar este aire y les renueve su frágil atmósfera. Como las compuertas de la Bahía de Venezia, o algo así, pero en chiquitito. Y esa era la razón del suspiro.
Pero yo ya sé que todo aquello era tan sólo un alarde de imaginación, una excusa que todos nos ideamos con mayor o menor acierto para nunca reconocer en público que estamos enamorados.
(O no)