- Imagínate todas las cosas que
podríamos hacer ahora mismo -me
dijo-.
Creo que
doblé aquella servilleta de bar más de 79 veces y, en cada pliegue que lograba
hacer, me inventaba una respuesta. Una para cada vocal, para cada mirada. Una
para cada año, o número de la calle, una para cada hoja de una libreta. Una
para cada día, incluídos los festivos y las ferias y los días personales que me
dan en el curro.
Una
visita al pub. Dos. Tres. Y en todas ellas estrenaba lencería y servilletero.
Cada vez
que estaba con él sólo pensaba en posibilidades, en capítulos de una novela corta
repletitos de onomatopeyas.
Era
durante otra era, aquella en la que nos hacíamos fotos desde arriba como cuando
te ves desde los espejos del techo de esos moteles por horas tan escondidos en
los que nunca corre el aire y la ducha apenas hace ruido.
Ahora, ya
mayorcitos, cada vez que percibo su labio, pobrecita de mí, releo lo que sea que tenga su letra y
me meto corriendo en la cama para concentrarme en lo que sea, hasta
divinizarle.
Supongo
que es que hoy te echo un poco de menos al taparme toda entera con el edredón
de puro invierno. Se mezclan las nanas que se cantan con vocales largas con los
solos de xilofón y el sudor de la espalda con el de cuando se te calienta un
brazo.
Hoy, que
somos más pulcros y complacientes y todavía nos excitan las pinturas de Renoir,
los móviles de Calder o la reproducción de las hortensias en las escaleras. Te
he mirado con la mirada de los que imaginan ceniceros llenos y melenas
enredadas, la que pongo en mis momentos fantásticos más sugestivos. Esa en la
que bajo la cara y te miro con los ojos muy abiertos. Y me muerdo un labio a
escondidas y ladeo la boca con medio cuerpo ya casi temblando y hueco.
Quiero
hundir mi mano en tu cabeza como si te besara. Y apretarla. Y quedarme callada
y enrojecerme. Buscarte entre los años, entre las mujeres rubias, en el estante
más alto de tu armario. Que me busques entre tus libros de Séneca, por los
puentes de tu ciudad, en las carpinterías y entre los sujetadores con
tachuelas. Sumergirnos en el mundo de las preguntas indirectas y tan escuetas,
que se vuelven atemporales y para siempre. Tan largas y directas que pase horas
refregándome los pies con sólo los calcetines de lana puestos. Tan enigmáticas que
me duerma formando un interrogante que hace topless y vibra. Quiero tener los
pies calientes, siempre. Sentir cómo me arden los signos de puntuación.
- Calla, calla, que así en frío (de todo) me da vergüenza -le dije-.
Voy a
escribirte 79 poemas de mesita de noche con las servilletas de este bar.
- Date prisa, corre, que hace
frío. "Lascia que io sia il tuo brivido più grande... non andare via, accorciamo le distanze"*
*Nek,Lascia che io sia
*Nek,Lascia che io sia