miércoles, 29 de mayo de 2019

Invítame a un piti (Riflessioni sui ricordi del divano)


Conjuro ¡chas! de la talla 40 años en la hembra higuera, reproduciéndose en la esterilidad del monte raso. La completan el lápiz y el pasamontañas, el tanga verde de esos viernes. Gesto, germino, incubo, el deseo hechicero. 
Si tengo que imaginar, también me lo invento y lo revivo: el dedo goteante, el momento exacto, la situación idónea. El encuentro de aquel día. El sopetón de trepar un árbol que vive al margen.
En mi mente, soy libre para disfrutar de ti como quiera: te ofrezco mi cuerpo como fuente de placer. Te ofrezco todo mi placer como fuente de placer. Te ofrezco mi tronco entero y mis frutos esponjosos y mi leña.
Se me antoja el palo, la sombra del huerto bajo, el roce de un labio sobre un pezón erizado cual amazona tensando un arco de madera deliciosa y dulce. Como si tuviese la capacidad de seducir a cualquiera con mi sombra húmeda. De me muero y te muero de generosidad sicalíptica. Al pornofílico que ande despistado buscando combustible, que arda en su templo rupestre. Al puto lobo. A Martin Fieldman. Maldito fuego. Malditas las hojas sanadoras. Malditos todos.
No me dejes sola entre la ropa y la carne con los labios vacíos una vez que ya te has pringado la cara descubierta de jarabe de higos y albacoras. 
Entonces no. 

(...)

Con la furia del vello del sobaco. Dragones en los brazos escupen llamas sobre mi cabeza sostenida en el aire. Un instinto muy delgado de babosa que goza. Te dije invítame a un piti y, de golpe llegó el verano mientras te movías por mis nudos con un vaivén en el que me reconozco lúbrica y jugosa. 
Tierna de brusquedad y medio descalza, como un bucráneo muy pulido que se decora con neulas como si hoy también fuese una navidad barcelonesa o hundir la mano en el cabello desde la nuca, tirando de él solo un poco. 
Siluetas de cuerpos vibrantes se proyectan sobre la pared como sombras chinescas: un águila, un barco de vela, dos canes, Ganesha.
A la mierda todo. Los libros ya maduros antes de caer del árbol. Los catalanes hacen cosas. El bel canto del deleite carnal. La lengua tan tan gorda. Las tribus urbanas que despedazan cascos de botellas con los pies flexionados, en mi calle. 
Apuesto por el monolito grueso que levanta polvo al alzarse y al que intenta engullir una tavera nocturna. Por el edificio brutal que sube y baja el arredo de sus inquilinos accionando la polea. Por el amante que susurra los signos aritméticos sobre una ingle inmaculada. Chupar las colas de las gambas del Ku Bac y oler mucho a tortuga verde de río después de celebrar la cuadragésima eucaristía. Por la agudeza de dos seres altoparlantes que se sostienen por las costillas el uno al otro y respiran y rechinan con violencia fónica. 
Por los aluviones de ideas inundándonos lo más interno de los genitales hasta que nos rebosen por dentro y ¡chas! salgan con la creatividad líquida que se merecen.  

No seremos nada hasta que renunciemos a las metáforas forestales y a la monotemática del texto.   

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